El primer filósofo del que oímos hablar es Tales, de la colonia de Mileto, en Asia Menor. Viajó mucho por el mundo. De él se cuenta que midió la altura de una pirámide en Egipto, teniendo en cuenta la sombra de la misma , en el momento en que su propia sombra medía exactamente lo mismo que él. También se dice que supo predecir mediante cálculos matemáticos un eclipse solar en el año 585 antes de Cristo.
Tales opinaba que el agua era el origen de todas las cosas. No sabemos exactamente lo que quería decir con eso, quizás opinara que toda clase de vida tiene su origen en el agua, y que toda clase de vida vuelve a convertirse en agua cuando se disuelve.
Puede ser que cuando estuvo en Egipto, viera como todo crecía en cuanto las aguas del Nilo se retiraban de las regiones de su delta, y las consecuencias de ello.
Seguramente Tales se preguntara cómo el agua puede convertirse en hielo y vapor, y después volver a ser agua de nuevo.
Parece que Tales también dijo que «todo está lleno de dioses». También sobre esto sólo podemos hacer conjeturas en cuanto a lo que quiso decir. Quizás se refiriese a cómo la tierra pudiera ser el
origen de todo, desde flores y cosechas hasta mamíferos y otros insectos , y se imaginase que la tierra estaba llena de pequeños e invisibles «gérmenes» de vida. De lo que sí podemos estar seguros, es de que no estaba pensando en los dioses de Homero.
El siguiente filósofo del que se nos habla es de Anaximandro, que también vivió en Mileto. Pensaba que nuestro mundo simplemente es uno de los muchos mundos que nacen y perecen en algo que él llamó «lo indefinido». No es fácil saber lo que él entendía por «lo indefinido», pero está claro que no se imaginaba una sustancia conocida, como Tales. Quizás fuera de la opinión de que aquello de lo que se ha creado todo, tiene que ser distinto a lo creado. En ese caso, la materia primaria no podía ser algo tan normal como el agua, sino algo «indefinido».
Un tercer filósofo de Mileto fue Anaxímenes (aprox. 570-526 a. de C.)  que opinaba que el origen de todo era el aire o la niebla.
Anaxímenes había conocido la teoría de Tales sobre el agua. ¿Pero de dónde viene el agua? Anaxímenes opinaba que el agua tenía que ser aire condensado, ya que vemos cómo el agua surge del aire cuando llueve. Y cuando el agua se condensa aún más, se convierte en tierra, pensaba él.
Quizás había observado cómo la tierra y la arena provenían del hielo que se derretía. También pensaba que el fuego tenía que ser aire diluido. Según Anaxímenes, tanto el agua como la tierra y el fuego, tenían como origen el aire.
Quizás pensaba que para que surgiera vida, tendría que haber tierra, aire, fuego y agua. Pero el punto de partida en sí eran «el aire» o «la niebla». Esto significa que compartía con Tales la idea de que tiene que haber una materia primaria, que es la base de todos los cambios que suceden en la naturaleza.
Los tres filósofosde Mileto pensaban que tenía que haber sólo una materia primaria de la que estaba hecho todo lo demás. ¿Pero cómo era posible que una materia se alterara de repente para convertirse en algo completamente distinto? A este problema lo podemos llamar problema del cambio.
Desde aproximadamente el año 500 a. de C. vivieron unos filósofos en la colonia griega de Elea en el sur de Italia, y estos eleatos se preocuparon por cuestiones de este tipo. El más conocido era Parménides (aprox. 510-470 c. de C).
Parménides pensaba que todo lo que hay ha existido siempre, lo que era una idea muy corriente entre los griegos. Daban por sentado que todo lo que existe en el mundo es eterno. Nada puede surgir de la nada, pensaba Parménides. Y algo que existe , tampoco se puede convertir en nada.
Pero Parménides fue más lejos que la mayoría. Pensaba que ningún verdadero cambio era posible. No hay nada que se pueda convertir en algo diferente a lo que es exactamente.
Desde luego que Parménides sabía que precisamente la naturaleza muestra cambios constantes. Con los sentidos observaba cómo cambiaban las cosas, pero esto no concordaba con lo que le decía la razón. Sin embargo, cuando se vio forzado a elegir entre fiarse de sus sentidos o de su razón, optó por la razón.
Conocemos la expresión «Si no lo veo, no lo creo». Pues Parménides no lo creía ni siquiera cuando lo veía: pensaba que los sentidos nos ofrecen una imagen errónea del entorno, una imagen que no concuerda con la razón de los seres humanos. Como filósofo, consideraba que era su obligación descubrir toda clase de «ilusiones».
Esta fuerte fe en la razón humana se llama racionalismo. Un racionalista es el que tiene una gran fe en la razón de las personas en base a sus conocimientos sobre el mundo.