El último gran filósofo de la naturaleza se llamaba Demócrito (aprox. 460-370 a. de C.) y venía de la ciudad costera de Abdera, al norte del mar Egeo.
Demócrito estaba de acuerdo con sus predecesores en que los cambios en la naturaleza no se debían a que las cosas realmente «cambiaran». Suponía que todo tenía de estar construido por unas piececitas pequeñas e invisibles, cada una de ellas eternas e inalterables. A estas piezas más pequeñas las llamó «átomos».
La palabra «átomo» significa «indivisible». Era importante para él poder afirmar que eso de lo que todo está hecho no podía dividirse en partes más pequeñas. Si hubiera sido así, no habrían podido servir como ladrillos de construcción, ya que si los átomos hubieran podido ser limitados y partidos en partes cada vez más pequeñas, la naturaleza habría empezado a flotar en una pasta cada vez más líquida.
Por eso, los ladrillos de la naturaleza tenían que ser eternos, porque nada puede surgir de la nada. En este punto, Demócrito estaba de acuerdo con Parménides y los eleáticos. Opinaba que los átomos tenían que ser fijos y fuertes, pero no podían ser idénticos entre sí. Si los átomos fueran idénticos, no habríamos podido encontrar ninguna explicación de cómo podían estar compuestos, pudiendo formar de todo, desde flores hasta piel de animales y pelo humano.
Existe un sinfín de diferentes átomos en la naturaleza, decía Demócrito. Algunos son redondos y lisos, otros son irregulares y torcidos. Por tener formas diferentes, podían usarse para componer diferentes cuerpos. Pero aunque sean muchísimos y muy diferentes entre sí, son todos eternos, inalterables e indivisibles.
Cuando un cuerpo muere y se desintegra, los átomos se dispersan y pueden utilizarse de nuevo en otro cuerpo. Pues los átomos se mueven en el espacio, pero como tienen entrantes y salientes se acoplan para configurar las cosas que vemos en nuestro entorno.
En nuestros días, la ciencia ha descubierto que los átomos pueden dividirse en «partículas elementales». Las llamamos protones , neutrones y electrones. Los físicos están de acuerdo en que tiene que haber unas partes mínimas de las que esté hecho el mundo.
Demócrito no tuvo acceso a los aparatos electrónicos de nuestra época. Su único instrumento fue su inteligencia. Si de entrada aceptamos que nada cambia, que nada surge de la nada, y que nada desaparece, entonces la naturaleza ha de estar compuesta necesariamente por unos minúsculos ladrillos que se juntan, y que se vuelven a separar.
Demócrito no contaba con ninguna «fuerza» o «espíritu» que interviniera en los procesos de la naturaleza. Pensaba que lo único que existe son los átomos y el espacio vacío. Ya que no creía en
nada más que en lo material, le llamamos materialista.
Demócrito pensaba que había una causa natural en todo lo que ocurre, una causa que se encuentra en las cosas mismas. En una ocasión dijo que preferiría descubrir una ley de la naturaleza a convertirse en rey de Persia.
Respecto lo que pasa con la conciencia, ¿ no podría estar formada por átomos, es decir, por cosas materiales? Sí, Demócrito se imaginaba que el alma estaba formada por unos «átomos del alma»
especialmente redondos y lisos. AL morir una persona, los átomos del alma se dispersan hacia todas partes. Luego, pueden entrar en otra alma en proceso de creación.
Eso significa que el ser humano no tiene un alma inmortal. Mucha gente comparte hoy en día, este pensamiento. Igual que él, opinan que el «alma» está conectada al cerebro y que no podemos tener ninguna especie de conciencia cuando el cerebro se haya desintegrado.
Demócrito puso temporalmente fin a la filosofía griega de la naturaleza. Estaba de acuerdo con Heráclito en que todo en la naturaleza «fluye». Las formas van y vienen. Pero detrás de todo lo
que fluye, se encuentran algunas cosas eternas e inalterables que no fluyen. A estas cosas es a lo que Demócrito llamó átomos.