Buenos días sr Méndez, muchas gracias por concedernos una entrevista para «Al Día, con España y Chile».
– ¿Cuándo nació su pasión por la arqueología?
Creo que mi primer acercamiento a la arqueología fue de muy pequeño en Perú, país donde nací, y donde la arqueología siempre ha cumplido un rol muy principal en la construcción de la identidad del pueblo. De niño, cuando había oportunidad de elegir algún paseo de fin de semana, siempre deseaba que este fuera a Pachacamac, un sitio arqueológico muy importante en las afueras de Lima, hacia el sur. Algo de las construcciones monumentales en medio de un paisaje desértico es lo que más recuerdo. Me atrajo siempre la idea que se podía comprender un pasado remoto, muy diferente a nuestra vida actual.
– ¿Cuál fue la línea de su especialización?
Estudié arqueología en la Universidad de Chile, país donde me crié. Fiel al interés por un pasado lo más remoto posible, me fui especializando en la arqueología de los grupos de cazadores recolectores, los de organización social más simple y por cierto, las primeras en poblar los continentes y las más frecuentes en la historia de la humanidad. Más de un 99% de nuestra historia hemos sido cazadores recolectores.
Luego continué mi especialización en un programa de postgrado conjunto de las Universidades de Tarapacá y Católica del Norte, primero haciendo una maestría y luego doctorándome. Desde el principio fui orientando mi investigación hacia comprender aspectos de la organización económica de los grupos cazadores, recolectores y pescadores de la zona del Norte Semiárido de Chile, centrándome de lleno en la arqueología en los alrededores de un pueblo que se llama Los Vilos.
– ¿Sus primeros estudios e investigaciones, a qué resultados le llevaron?
Probablemente, mi primera orientación estuvo muy centrada en entender que rol cumplían los ambientes costeros y los productos del mar en las sociedades que vivieron en Los Vilos. Mi tesis de maestría continuó estudios que había iniciado siendo un estudiante de pregrado y se basaron en entender la arqueología de los grupos humanos que vivieron en esta zona entre 4 mil y 2 mil años atrás. Estos grupos humanos habían sido muy poco estudiados y vi la oportunidad de juntar datos dispersos que se obtuvieron antes que yo trabajara en esto, prospectar la costa buscando sitios y excavar algunos yacimientos nuevos. La idea fue entender la organización de espacio de estos grupos. ¿Dónde localizaban sus campamentos? Si todos los campamentos eran iguales o había diferencias. ¿Qué vestigios del consumo costero estaban en sus basurales? ¿Cuáles eran las herramientas más frecuentes en ese bloque temporal?
Lo fantástico de ello, y probablemente lo más vistoso, es que estos grupos humanos no solamente depositaban las valvas de los moluscos que recolectaban en basurales dispersos, sino que eligieron a través de los siglos y los milenios, depositarlas en los mismos lugares, capa sobre capa, hasta que un buen día (hace más o menos 4000 años atrás) se formaron montículos (o conchales), y las actividades continuaron sobre estos montículos. Cuando se realizan excavaciones arqueológicas, se observa la sucesión de depósitos de valvas de moluscos una tras de otra en la medida que se profundiza la excavación; como un testimonio del paso del tiempo a través de las basuras de los individuos. Creo que si bien al principio este proceso debió ser involuntario, una vez acumulados los depósitos uno sobre otro, el proceso se volvió intencional; y si se siguió haciendo. Pienso que es porque se buscó transformar el paisaje habitado. Creo que es lo que podría entenderse como un proceso de monumentalización muy incipiente.
Sitio Punta Chungo: dos montículos de más de 4 metros de alto junto al mar. Al fondo se ve el pueblo de Los Vilos.

– Uno de los trabajos donde participó fue en 2008 en Los Rieles, explique a nuestros lectores, ¿qué descubrimientos lograron allí? 

En los Rieles, junto con mi profesor y amigo, Donald Jackson, excavamos otro sitio arqueológico en el sur de Los Vilos, donde había un depósito de valvas de molusco o conchal, que esta vez no era en forma de montículo. Conocíamos este sitio desde hace tiempo y sabíamos que tenía una antigüedad cercana a los 7 mil años. Como iba a haber una construcción de un nuevo desagüe del pueblo de Los Vilos, este sitio iba a ser afectado. Procedimos entonces a un rescate y para sorpresa nuestra, dimos con un esqueleto enterrado más profundo que el conchal. Sus características nos llamaron la atención, especialmente el hecho que estuviera de cubito lateral flectado, como cuando dormimos acostados hacia un lado. Esta forma de entierro es muy común entre algunos entierros muy antiguos en la costa de Perú y Ecuador. La primera corroboración vino con los fechados radiocarbónicos, tenía 12 mil cuatrocientos años de antigüedad. Como es procedimiento estándar, procedimos en nuestro asombro, a tratar de hace nuevas pruebas de radiocarbono, con otros laboratorios, con otras muestras del mismo esqueleto. Estas dieron valores más recientes, 11 mil ochocientos y 11 mil doscientos años de antigüedad. Las discrepancias entre estas edades se deben a los métodos de procesamiento de los laboratorios, y preferimos quedarnos con la fecha más conservadora -la menos antigua-, por un tema de prudencia, ya que estos resultados son el testimonio del individuo más antiguo de Sudamérica.
El individuo 1 de Los Rieles (11 mil cuatrocientos años de antigüedad) durante el proceso de excavación.
 – Lo más sorprendente fue que encontraron un esqueleto completo, de entre 11mil y 12 mil años de antigüedad, el más temprano nunca encontrado en Chile. 
Si, en efecto, es muy sorprendente. Pero también es sorprendente que muchos investigadores desconozcan estos resultados. No lo menciono sólo a nivel de los restos hallados en Chile, sino resultados tan antiguos como estos en Sudamérica. A raíz de una publicación de un grupo norteamericano, nos dimos cuenta que mucha de la información temprana de Sudamérica estaba pasando un tanto inadvertida, aun cuando ésta fue publicada en medios internacionales y en idioma inglés. Esto nos llevó a que en 2015 publicáramos –junto con un grupo de colegas- una síntesis de todos los restos humanos más antiguos de 10 mil años en Sudamérica (no son muchos, 21 en total). La idea no sólo era revisar la información existente, sino que establecer cuales estaban mejor fechados, en cuales había información genética y cuales tenían información química que indicara dietas antiguas.
Referencia:
Jackson, D., C. Méndez, M. de Saint Pierre, G. Politis, E. Aspillaga. 2015. Direct dates and mtDNA from Late Pleistocene human skeletons from South America: a comment on Chatters et al. 2014. PaleoAmerica (1)3: 213-216.
 – Pero de ahí surgió otra cuestión en la que buscó respuestas: cómo era posible haber encontrado a seis individuos enterrados cada uno en un milenio distinto. ¿Cómo terminaron esas investigaciones?
En Los Rieles, en efecto, hay un individuo de 11 doscientos años, uno de nueve mil seiscientos, uno de 6 mil ochocientos, uno de 5 mil seiscientos, y uno de 5 mil cuatrocientos. Por las diferencias de edades uno sabe que son varias generaciones de diferencia entre uno y otro entierro y que la comunicación oral entre individuos debe haber sido perdida entre cada evento de entierro humano. Por ello pensamos que es coincidencia que en más de seis mil años hayan seis individuos enterrados en el mismo lugar. Después de todo no es tan difícil pensar que, con la gran cantidad de espacio que excavamos, hayamos encontrado varios restos enterrados.
No es el caso que podría darse en un sitio tipo cementerio, donde los eventos de depositación tienen traslape temporal o son más cercanos el uno del otro, y con justa razón podríamos suponer que hubo comunicación entre los grupos con respecto a donde enterrar. En un sitio que trabajamos en Patagonia, sucede precisamente eso. Es una cueva que se llama Baño Nuevo 1 y en ella hay 10 entierro humanos. Los fechados radiocarbónicos los posicionan a todos entre 9 mil novecientos y 10 mil doscientos años atrás. Trecientos años de diferencia para el método de radiocarbono está dentro de sus posibles errores. Nosotros los consideramos estadísticamente contemporáneos entre sí. Fuera de toda duda fueron individuos de un mismo grupo que en momentos distintos, pero no muy distante el uno del otro, fueron enterrados en el mismo lugar.
– Uno de los sitios donde trabajó junto a su compañero de profesión, el doctor Donald Jackson, fue en 2004, en Santa Julia, donde encontraron puntas de flechas de 13 mil años de antigüedad. 
Entre 2004 y 2006 realizamos excavaciones en el sitio Quebrada Santa Julia. Para mí, el sitio más hermoso donde me ha tocado trabajar. No sólo por su antigüedad, sino más bien porque excavamos los vestigios de un piso que fue ocupado por cazadores recolectores que ahí hicieron herramientas y despostaron un caballo –presa común en estos tiempos- y ese piso, era lo más parecido a un área que hubiera sido abandonada hacia muy poco. La organización de las actividades llevadas a cabo, cómo hicieron una fogata en el centro, donde tallaron sus herramientas de piedra y como dispusieron sus basuras nos retrotrae en el tiempo a una escena ocurrida hace 13 mil años atrás. De esto hablo en mi libro Los primeros andinos. Tecnología lítica de los habitantes del centro de Chile trece mil años atrás, recientemente publicado por el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú en Lima.
En Quebrada Santa Julia, junto con Roxana Seguel y Donald Jackson a lado de los vestigios de herramientas  y huesos de caballo de 13 mil años de antigüedad.

 

libro Los primeros andinos

http://www.fondoeditorial.pucp.edu.pe/arqueologia/291-los-primeros-andinos.html#.Vr-lxWyBGUk

– Háblenos sobre su teoría de que el poblamiento de América pudo ser tanto en canoas como por tierra.
América debe haber sido poblada por varias vías y en muchos momentos distintos, probablemente hace cerca de 15 mil años atrás. Han quedado desterradas las explicaciones que buscaban solo incluir una forma de poblamiento, en un bloque temporal acotado y por una única vía. Hoy por hoy se consideran rutas de ingreso vía la costa del Pacífico, a través de la ruta terrestre por el centro de Norte América y a través del norte del Atlántico. El ingreso a Sudamérica debe haber sido por Panamá, donde se generó un cuello de botella desde donde se dispersaron las poblaciones, a mi juicio principalmente por el Atlántico y por el Pacifico. Las costas sin dudas fueron pobladas desde temprano y la tecnología de navegación existía hace más de 40 mil años. Pero yo personalmente no estoy de acuerdo con la imagen de que los grupos se dispersaron viajando en canoas como si supieran hacia donde iban. Creo que la dispersión humana fue un llenado de espacios vacíos que ocurrió lentamente, en la medida que los grupos ocuparon más territorios, de la forma como un arqueólogo, Luis Borrero, lo ha planteado. Si usaron canoas para proveerse de peces y para transportarse, me parece muy plausible. Pero los grupos humanos son terrestres, viven en tierra firme la mayor parte del tiempo e incluso en sociedades como los Yámana y Kawésqar de Patagonia que desarrollaron adaptaciones marítimas con canoas como medio de transporte, pasaban la mayor parte del tiempo en campamentos en las costas.
– Otra de sus investigaciones, fue la relación entre seres humanos y el ecosistema, realizada en el sur de Chile, en los Valles del Río Cisnes y del Río Ñirehuao. Su objetivo era analizar y evaluar cómo los antiguos pobladores interactuaron e incidieron en el medioambiente. ¿Qué conclusiones obtuvieron sobre ese proyecto? 
Precisamente, ese es el proyecto en el que en la actualidad me encuentro trabajando. Un proyecto FONDECYT (num 1130128) financiado por el Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica. Junto con un grupo de arqueólogos, ecólogos y geomorfólogos, estudiamos cómo fueron los efectos recíprocos entre humanos y ambientes. En el fondo, tratamos de entender no sólo el efecto que el cambio climático tuvo en el pasado en los cazadores recolectores, por ejemplo a través de las sequías y cómo éstas afectaron los recursos, sino que cómo los humanos cambiaron los ecosistemas. Estamos enfocados en estos días en dilucidar cómo los incendios del pasado afectaron el medio ambiente, y si es posible atribuirle a los humanos algún rol en estos incendios. Nuestros resultados indican que esto fue así. Los humanos ingresaron al valle de Cisnes, en la Patagonia chilena, hace 11 mil quinientos años atrás y con ellos empezaron los incendios. Cuando nos aparecen ocupaciones en sitios como El Chueco y las fechamos, observamos que también hay testimonios de incendios enterrados en los fondos de las lagunas cercanas. Y cuando los humanos desaparecen de la región, con ellos se fueron los incendios. Esta historia, que es más compleja que mi narración, se repitió durante milenios en esta zona. Estamos actualmente trabajando en una publicación del tema. Pero junto con ello, queremos ver si se replica -el mismo modelo- en otros valles de la región. Por eso empezamos a trabajar en Cueva de La Vieja, un sitio en el valle de Ñirehuao, donde planeamos poner a prueba nuestra hipótesis de que los seres humanos vienen afectado su ecosistema desde que ingresaron por vez primera a vivir en él.
Revisando una excavación estratigráfica en Cueva de la Vieja que se extiende desde 12 mil años en su base hasta comienzos del siglo XX en la parte más alta

– ¿Cuál es el descubrimiento a lo largo de su carrera del que se siente más orgulloso?

A la larga, el mayor orgullo no lo siento en un descubrimiento. Esos son fortuitos y le pueden pasar a cualquiera. He hecho descubrimientos, pero esos no me atraen tanto como cuando con mi compañero Donald Jackson, en un pequeño trabajo de 2004, criticamos precisamente ese tema: los descubrimientos. Pensábamos que si continuábamos basando nuestra arqueología en descubrimientos, le dejábamos todo al azar y no había pensamiento científico en ello. Si sólo encontramos lo que una máquina de construcción descubre al cavar un pozo o incluso, como nos pasó en Los Rieles, que encontramos un entierro antiguo sin preverlo, no somos nosotros quienes –con problemas científicos en mente- definimos nuestra agenda. En ese trabajo, también enmarcado en un proyecto FONDECYT, propusimos un modelo de búsqueda de evidencias antiguas. Uno que se basara en una reconstrucción de cómo eran los ambientes hace 13 o 12 mil años atrás, que incluía la idea de dónde debieron habitar los humanos en dicha época, que incluyó que métodos se necesitaban para encontrarlos y que consideró en que tipos de ambientes se preservarían estos restos hasta la actualidad. Después de excavaciones en muchos lugares que definimos potencialmente, evaluando y probando posibilidades, dimos con Quebrada Santa Julia. Nadie había encontrado nada antes ahí y no había presunción que un sitio tan temprano fuera a ser hallado. La búsqueda orientada primó por sobre el azar.
Años después, sobre la base de las herramientas encontradas en Quebrada Santa Julia, vimos que había un tipo de cuarzo cristalino de muy buena calidad que destacaba por sobre las demás rocas que se usaron para tallar. Decidimos hacer nuevamente el mismo proceso, que también corresponde a un capítulo de mi libro. Decidimos buscar la fuente desde donde dicho cuarzo provenía. Usamos el mismo modelo, adaptándolo en una zona que se llama Tilama a 40 km de Los Vilos, y dimos con Valiente, un nuevo sitio de 12 mil seiscientos a 11 mil trecientos años de antigüedad. Las excavaciones han sido fantásticas. Entre 2009 y 2012, muchos estudiantes de la carrera de Antropología de la Universidad de Chile nos han acompañado a excavar este yacimiento donde están las fases iniciales de la extracción del cuarzo para producir herramientas, que luego fueron llevadas a otros lados como Santa Julia.

 

Valiente, excavaciones de en la cantera de cuarzo ocupada hace 12 mil seiscientos años atrás.
Señor Méndez, desde nuestro Magazine le agradecemos mucho su amabilidad por concedernos esta entrevista que seguro será de mucho interés para nuestros lectores. Le deseamos muchos más éxitos profesionales y esperamos volver a entrevistarle en un futuro cercano.